jueves

El Ser de Parménides



Una pregunta fundamental que surge constantemente a lo largo de la lectura del poema es: ¿qué entiende Parménides por “el Ser” (tò eón)? Pensamos que para Parménides el Ser es lo que nosotros llamaríamos la realidad auténtica, la realidad tal cual es, vista en su totalidad. Por ello el estudio de los atributos del Ser, de las “señales” del camino de la Verdad que presenta en el fragmento 8 (1-51), nos va a mostrar la manera en la que Parménides concibe la realidad.

Los atributos y enunciados que Parménides presenta a propósito del Ser son los siguientes: (fr. 8. 1-6) ingénito, imperecedero, entero, único, sin temblor, sin final, nunca era y nunca será, es ahora todo a la vez, uno, continuo (en el sentido temporal); (fr. 8. 22-25) no divisible, homogéneo, no más por aquí ni menos por allí, continuo (en el sentido espacial), todo lleno de Ser, contiguo al Ser; (fr. 8. 26-33) inmóvil en los límites de grandes cadenas, sin inicio ni cese, permanece lo mismo y en lo mismo, yace por sí mismo, permanece ahí constantemente, la poderosa Necesidad lo mantiene en las ligaduras del límite, encerrado todo alrededor, completo, no carece de nada; (fr. 8. 36-38) no hay nada al margen del Ser, encadenado por el destino a ser entero e inmóvil; (fr. 8. 42-49) completo por todos los lados, semejante al volumen de una esfera bien redondeada, inviolable.

Veamos a continuación la concepción de la realidad que se desprende del análisis sistemático de estos atributos del Ser.

a) La realidad auténtica es eterna. Aquello que puede recibir propiamente el nombre de Ser (eón) no puede haber surgido de nada ni podrá ser destruido nunca: “el Ser es ingénito e imperecedero” (fr. 8. 3). Todo lo que es, es para siempre y desde siempre. La Justicia, la misma diosa que en la narración del viaje iniciático abre y cierra las llaves de las puertas de los caminos del Día y de la Noche, es la que garantiza que lo que verdaderamente es no tenga origen ni destrucción: “ni haberse generado ni perecer le permitió la Justicia, aflojando las cadenas, sino que lo mantiene” (fr. 8, 13-15). Desde la línea 6 hasta la 21 el grueso de la argumentación va encaminada a mostrar que el Ser no puede haber tenido origen ni puede perecer.

b) La realidad auténtica es atemporal. Pero aun es más, no se trata solamente de que el Ser, como acabamos de decir, no haya tenido principio ni tenga nunca final; para la realidad auténtica carecen de sentido las categorías temporales. El ser “nunca era y nunca será, ya que es ahora todo a la vez, uno, continuo” (fr. 8. 5-6). No hay pasado, ni futuro, pues toda el Ser, toda la Realidad, es un presente constante, un todo a la vez. Todo lo que desde nuestra perspectiva cotidiana ha sucedido sigue sucediendo eternamente “allí”, al margen de todo tiempo, tan presente como si fuera ahora mismo. Todo lo que desde nuestra perspectiva cotidiana ha de suceder, ha sucedido ya; desde siempre está también “allí”. Y ese “allí” es el “lugar” del Ser.

c) La realidad auténtica es inmutable. El Ser es inmóvil, “sin temblor y sin final” (fr. 8. 4). Parménides expresa esta “inmutabilidad” del ser de manera rotunda diciendo: “permaneciendo lo mismo y en lo mismo, yace por sí mismo, y de este modo permanece ahí constantemente” (fr. 8, 29-30).

d) La realidad auténtica es una e indivisible. El ser es “entero y único” (fr. 8. 4), es “uno, continuo” (fr. 8. 6). La realidad auténtica no tiene partes, es un todo homogéneo. Los fragmentos en los que nosotros troceamos la realidad y a los que asignamos nombres pertenecen al mundo de nuestra vida cotidiana; desde la perspectiva exterior la realidad es una sola, una continuidad indivisible y homogénea (fr. 8. 22). Este es también el sentido de la analogía con la esfera (fr. 8. 43), pues la esfera, además de tener la capacidad de reunir todo, representa la imagen de la homogeneidad.

e) La realidad auténtica es completa. En esta ocasión Parménides emplea un lenguaje homérico e invoca a la Necesidad, lo que dota a este atributo de una especial fuerza: “la poderosa Necesidad lo mantiene en las ligaduras del límite, que lo encierra todo alrededor, a causa de lo cual es ley que el Ser no sea incompleto, pues no es carente de nada, mientras que el no-Ser carecería de todo” (fr. 8, 30-33). Ese límite que no es temporal, ni espacial, es la propia finitud del Ser, la existencia de “un límite último” al que se refiere cuando utiliza la imagen de la esfera para ilustrar el carácter homogéneo y completo del Ser. A nuestro juicio, la realidad auténtica en la que piensa Parménides está formada por la totalidad de entes y acontecimientos que constituyen la historia del universo, pensada como algo cerrado, acabado, aunque eternamente presente. Por eso no hay contradicción con el hecho de que la realidad auténtica carezca de final, sea un eterno presente, y por ello también esa completitud es un argumento que justifica su inmutabilidad.



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